
Un niño se esconde. Contiene una risa para no ser descubierto, acomoda su cuerpo, esconde la panza, yergue su frente tratando de adoptar una postura perfectamente vertical intentando imitar la actitud penitente del poste de luz detrás del cual se oculta. Otro niño merodea cerca de él. Mira en todas direcciones, se inclina, estira su cuello hacia arriba, hacia los lados, desciende hasta el nivel del suelo y, de repente, encuentra las puntas de un par de zapatillas que cree reconocer: - Piedra libre para Federico que se esconde detrás del poste de luz, atina a gritar. ¡Error! Quien se oculta detrás del poste no es Federico, sino Atilio. De repente todos los participantes del juego comienzan a salir de sus escondites recitando un estridente: - ¡31 y uno más, 31 y uno más…! Estamos en Tucumán, y aquí cuando alguien se equivoca de persona en el juego de las escondidas se grita “¡31 y uno más!”. Por esos azares triviales, 31 son los artistas participantes en la muestra aniversario de Borde que, junto con la intervención especial de Alejandra Galván, son quienes dan nombre a la muestra. Más allá de los azares en la nominación, algo en la mecánica del juego de las escondidas parece trasuntar en la mecánica de las muestras. Un ritual se repite en cada galería, en cada museo, en cada espacio cultural con cada exposición: se muestran unos que se esconden y llegan otros que están buscando. De este lado del ritual, están los que (se) muestran escondiendo. Los que mediatizan a través de capas de sentido, los que encriptan con más o menos pericia algo del orden subjetivo por detrás de las imágenes. O bien, los que revelan por medio de la imagen encriptada algo del orden de lo social, disfunciones, errores tipográficos, desfasajes, sinrazones. En este juego de opacidades y transparencias, la imagen por un lado mediatiza deseos, expectativas, miedos, gustos, experiencias, inquietudes; mientras que por otro, la imagen llama la atención sobre el poste de luz que esconde ese “algo” que quiere mostrarse. Del otro lado del ritual están los que buscan. ¿Qué buscan? ¿Deleite, genialidad, revelaciones?, ¿Qué nos lleva a las galerías? El arte contemporáneo tiende a ser ingrato con el que busca o, al menos, no se lo deja fácil. Bucear en esta muestra es bucear a través de diferentes trayectorias, diferentes sistemas de transparencias y opacidades. Junto a grandes nombres de la escena tucumana como Roberto Koch, Pablo Guiot, Ramón Teves, Rolo Juárez, Luciana Guiot o María Eugenia Correa, encontramos otros “escondidos” que nos muestran, al mismo tiempo, una instantánea del heterogéneo campo local. Completan la muestra María Aráoz, Federico Robledo, Inés Fagalde, Emilia Longhini, Gabriel Toscano, Celeste Saavedra, Ana Kantarovsky, Florencia Vivas, Pamela González, Cecilia Molina, María José Redondo Barrionuevo, Viky Vitar, Mario Albarracín, Tito Artaza, Alejandra Galván, Susana Bollati, Ignacio Fernández del Amo, Atilio Orellana, Nora Grupalli, Javier Guardia, Paula Krutoy, María Rosa Mamana, Jessica Morillo, Aldana Ojea Delgado, Karina Schiavone y Fausto Verón. ¿Qué esconden estos artistas? Resultaría complejo “buscar” a todos. Destaco dos, un poco por azar, un poco por el tenor de sus imágenes, un poco por las reverberancias subjetivas que me provoca: la fotografía de la serie “Arsenal” de Atilio Orellana y la pequeña instalación de Jessica Morillo. ¿Qué se esconde detrás de la imagen de la serie “Arsenal” de Atilio Orellana? Su obra es un caso particular porque en un doble proceso de desvelar/encriptar, muestra lo que se esconde, pero encripta lo que nos muestra. “Arsenal” hace referencia al ex Arsenal Miguel de Azcuénaga, uno de los centros clandestinos de detención más grandes del país. ¿Un tema trillado? ¿Seguimos rizando el rizo? Tal vez, pero el rizamiento del rizo no está en el tema, sino en el trabajo que se realiza sobre él. Su abordaje conceptual es indirecto y su tratamiento se aleja de la imagen trillada tipo “mosaico”. Orellana nos muestra un bosque, una selva, los últimos estertores de una apacible yunga tucumana. Hansel y Gretel bien podrían estar jugando escondidas en ese bosque. La fotografía esconde sonidos que no pueden escucharse, olores que no pueden percibirse. Cuando Orellana la describe utiliza recurrentes imágenes sonoras: los zumbidos de los vehículos de una ruta no muy lejana, el viento que balancea las hojas y, por cierto, los susurros por miedo a levantar la voz. No ha pensado la fotografía en clave documental, sino en clave estética, pero la imagen, en su construcción, muestra/esconde algo que escapa a la técnica. Usted podría tener esa fotografía en el living de su casa y nadie lo acusaría de subversivo. La fotografía dice eso, no más. Pero la imagen revela un bosque que se niega a seguir escondiendo. ¿Qué se esconde detrás de la instalación de Jessica Morillo? La instalación se compone de dos obras complementarias: “¿Qué ves cuando me ves?” y “La oferta del día”. Jessica presenta en esta instalación dos temáticas entrelazadas: la opresión (sexual) como consecuencia de la exclusión (patriarcal) y la exclusión (social) como consecuencia de la opresión (económica). La instalación subraya la imposibilidad de disociar los extremos en la cadena causal: opresión implica exclusión y viceversa. Plantea una obra en permanente construcción, que excede la propia instalación, ya que se inscribe en un proyecto colaborativo más amplio consistente en recolectar ropa íntima, particularmente corpiños usados, habitados y vividos por diferentes mujeres. Textiles gastados por el uso que carguen con la huella, con la reminiscencia de una mujer, de diferentes mujeres, con diferentes olores, usos, diferentes gustos, formas y tamaños. “La oferta del día” muestra trozos de carnes construidos a partir de estos textiles, como si de objetos de consumo se tratasen. Los trozos, a modo de tropo, dirigen la atención hacia el cuerpo de la mujer transformado en artículo de venta, listo para ser consumido. Los corpiños/carnes cuelgan desgastados, caducos, expirados como si realmente de la oferta del día se tratase. Debajo de ellos, siguiendo con su estilo textil, “¿Qué ves cuando me ves?” Un remedo de niño con el corazón de peluche a la vista, se acurruca en el rincón más alejado de la galería. Su mano se cierra con algunas estampitas de santos (“Allí donde está impreso Dios”, nos dice Jessica), mientras que con la otra nos desafía a verlo con el dedo del medio apuntándonos. Como si en esa interpelación hubiese un obstáculo que debiésemos superar, como si aún en su marginalidad un estrecho margen de dignidad le quedase: también nosotros debemos ganar el derecho de apiadarnos de él. Es el niño que no queremos ver, el que todos escondemos.